Desde que me enteré de la muerte de Chris Cornell no he podido quitar su voz de mi cabeza; hoy lo primero que hice cuando desperté fue cantar:
She’s going to change the world,
She’s going to change the world,
She’s going to change the world,
But she can’t change me,
No she can’t change me.
Tras la muerte de Scott Weiland pensé que mis dos ídolos del grunge, los que quedaban vivos, Cornell y Vedder, morirían ancianos. La sensación es muy extraña porque nunca conocí a Chris y siento como si hubiera perdido a uno de mis amigos.
El pasado mes de diciembre tuve la fortuna de verlo en vivo, obviamente no imaginé que nunca más lo podría volver a ver; mi sueño completo era poder asistir a un concierto de Soundgarden y cantar a grito herido Beyond the wheel, Hands all over, Nothing to say, Jesus Christ pose, Limo wreck, Pretty nose; me volví seguidor de Chris por esta banda que escucho desde hace muchos años.
Mientras escribo trato de entender por qué me siento tan vacío, aterrado e incapaz de expresar todas las emociones que tengo entre el pecho y el estómago o cada vez que miro la pared de mi estudio, donde están algunos de mis ídolos dándome fuerza, inspirándome, me vuelvo a sentir solo porque la muerte de Chris me recordó que casi todos están muertos.
Words you say, never seem
To live up to the ones inside your head
The lives we make never seem
To ever get us anywhere but dead.
Lo irónico de la muerte de Chris Cornell es que me di cuenta que Oigo gente muerta (Spotify)
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